VIGESIMOSEXTO
DOMINGO ORDINARIO, 28 de septiembre de 2014
(Ezequiel
18:25-28; Filipenses 2:1-11; Mateo 21:28-32)
Tres
hombres están platicando en la tele sobre el cine. Los tres han tenido éxito como
directores. Por casualidad todos son
mexicanos: Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro, y Alejandro González
Iñárritu. Más importante aún, son los
mejores de amigos. Cuando se dirige la
conversación a uno, él inmediatamente piensa en el otro. Iñárritu dice que admira el estilo de la fantasía
de del Toro. Del Toro dice que cuando vio
la obra de Cuarón, quería llamar a todos sus conocidos para contárselo. Cuarón explica por qué los tres son compañeros
y no competidores. Dice: “Cuando cambias
de la envidia a la admiración, es la liberación”.
Sin
embargo, parece que preferimos quedar bajo el yugo de la competencia. En lugar
de dar a otras personas los elogios debidos, siempre buscamos sus faltas. Pero queremos que todos reconozcan nuestros éxitos. ¿Por qué somos así? ¿Es que somos partes de la cultura de
Facebook donde es requerido proyectar la imagen más atractiva posible? O posiblemente es que como niños no recibimos
suficiente atención de nuestros padres. También
es posible que queramos acaparrar la atención porque no conocemos a Jesús.
Como San
Pablo nos dice en la segunda lectura hoy, Jesús se humilló cuando se hizo
hombre. Aún más, vivía entre nosotros
como servidor. Ni siquiera para salvar
su propia vida, hizo reclamos de injusticia.
Si fuéramos sus amigos, al menos deberíamos desear imitar su humildad.
Con
Jesús como nuestro amigo, no nos hace falta la admiración de otras personas. Sí, es cierto todo el mundo necesita alguna afirmación. Sin embargo, en cuanto seamos apegados a
Jesús, la estima de la gente nos cuenta menos.
Sentimos seguros de su amor como nuestra recompensa. Recordamos al papa San Juan Pablo II en la
tele el día de Navidad hace diez años.
Se vio completamente desgastado.
Pero evidentemente quería exponerse al pueblo para llevar a cabo su
compromiso a Jesús. Le había prometido
que serviría hasta la muerte. Ya no
permitiría que la preocupación por su propia imagen interfiera con el cumplimiento
de su promesa.
La lectura
nos indica el motivo más grande para ser humildes como Jesús. Dice que Dios Padre lo exaltó sobre
todo. Como amigos de Jesús, tendremos un
lugar con él en la vida eterna. Entonces
¿estamos actuando en una forma egoísta imitando a Jesús simplemente para tener
la gloria? Los no creyentes siempre
proponen esta objeción. Pero no es egoísta
tanto como tomar la comida no es egoísta.
Comemos para cumplir nuestros destinos como hombres y mujeres en este
mundo. Imitamos la humildad de Jesús
para cumplir nuestros destinos como sus hermanos y hermanas. El cielo – nuestro destino como familia de
Jesús – es precisamente vivir junto con él para siempre.