PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías 63:16-17.19,64:2-7; I Corintio
1:3-9; Marcos 13:33-37)
¿No se puede decir que el mundo ya está en
espera de su salvador? Hoy en día todos
anhelan la salvación en forma de una vacuna para Covid. Están cansados de cubrir sus caras, de
limitarse a la casa, y de sospechar a cada desconocido como portador del
virus. Sin embargo, la vacuna será un
mesías falso. Aunque nos salve del
Covid, nos volverá al mismo egoísmo y codicia que han predominado en nuestro
tiempo.
Primero, que reconozcamos cómo la pandemia
ha revelado algunas faltas en nuestro estilo de vida. Con el confinamiento, las familias han pasado
más tiempo juntos con el resultado que los adolescentes sienten menos ansiedad. Las muchas actividades de cada miembro de la
familia habían producido el sentido de estar solos enfrentando los retos de la
vida. También, por tomar clases con Zoom, los muchachos no han tenido que
levantarse temprano en la mañana. Más
sueño ha reducido el estrés. Esto no es
a decir que la pandemia es cosa buena y la vacuna no será provechosa. Solamente tenemos que reconocer que la vacuna
no nos entregará de nuestros problemas más graves.
La primera lectura hoy es de la tercera
parte del libro del profeta Isaías. Fue
escrita hace 2500 años, pero suena como pudiera haber escrita el año
pasado. La gente se ha alejado de los
mandamientos de Dios. Donde Dios ha
dicho “no matarás”, el aborto es cada vez más aceptable. Donde ha dicho “mantendrás santo el día del
Señor”, la asistencia en la misa sigue disminuyendo. No es necesario comentar sobre las
violaciones contra el sexto y noveno mandamientos en nuestro tiempo. La lectura tiene su dedo en el pulso de
nuestro tiempo cuando pregunta al Señor: “¿Por qué…dejas endurecer nuestro
corazón hasta el punto de no temerte?” Por esta razón ello pide a Dios que se
presente aunque significa que rasgue los cielos y estremezca a las montañas.
Creemos que Dios hizo caso al grito del
profeta. En la segunda lectura San Pablo
cuenta cómo Jesucristo murió y resucitó para dar a sus seguidores los “dones
divinos”. Tenemos la gracia del Espíritu
Santo para vivir por Dios y solo entonces por nosotros mismo.
Antes de su muerte Jesús dijo que iba a
volver para llevar a sus discípulos a la vida eterna. En anticipación de este evento, Jesús nos
dice en el evangelio hoy que velemos y nos preparemos. Esto no quiere decir que dejemos a trabajar
para velar como un marinero en un nido de cuervo. Más bien Jesús quiere que velemos para él
como alumnos esperando la visita del director de la escuela. Eso es, quiere que estemos ocupados avanzando
en la verdad, el amor, y la bondad.
Hay un cuento que nos ayuda entender el
propósito de Jesús aquí. Una vez los
legisladores de un pueblo estaban debatiendo cuando una tormenta se surgió en
los cielos. Las nubes eran tan oscuras y
el viento tan fuerte que algunos dijeron que el fin del mundo había
llegado. Un grupo entre ellos movió que
terminaran la sesión para volver a sus casas.
Pero el presidente de la legislatura dijo el contrario: “Si no es el
fin, vamos a aparecer como ridículos terminando la sesión temprano. Y si es el fin, sería mejor que el Señor nos
vea cumpliendo nuestras tareas. Yo digo:
‘traigan aquí las velas’". Así
nosotros queremos preparar para la venida del Señor por llevar a cabo sus
mandamientos.
Adviento siempre tiene dos objetivos. En el principio de la temporada queremos
recordar la promesa de Jesús para venir de nuevo. Vino una vez en carne y hueso para salvarnos
del pecado. Al fin del tiempo vendrá en
la gloria para llevar a sus discípulos a la vida eterna. El segundo objetivo es prepararnos para la
Navidad. El misterio de la Encarnación
abruma nuestra imaginación. Dios, el
Creador y Soberano, ¡quería humillarse para mostrarnos el extendido de su
amor! Vale un mes de confinamiento para
prepararnos a celebrar este gran evento.